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lunes, 1 de octubre de 2012

PASADO

El día en la oficina es matador, para esta época el trabajo se incrementa y el papelerío que hay que hacer me está llevando a un agotamiento total, mi cabeza está repleta de números y más números y para males el aire acondicionado se descompuso. Un día completito,  hasta Susana que está por tener familia y es la única que me ayuda, pidió licencia, no, no me falta nada (me dije), cuando escucho el teléfono sonar. ¿quién es? Mi jefe, dándome la “buena noticia” de que mañana tengo que viajar al interior para llevar una documentación y revisar unos papeles que deben ser enviados al exterior, ¡lotería!, ya no puede pasarme más nada.
Al menos eso pienso.
Mi cabeza parece estallar y mi cuerpo pide descanso inmediato, menos mal que me falta sólo una semana para comenzar las soñadas vacaciones.
Son ya la una y media, Fernando me llama para ir a almorzar, al menos tendremos un poco de tiempo para charlar de otras cosas y disfrutar un rato del espléndido día que está haciendo afuera, cuando regresemos me quedarán sólo dos horas para marcharme.
Nos sentamos en una de las mesas que la confitería donde vamos siempre tiene a fuera, pero al reparo del sol, porque hoy sí que está bravo. Yo pedí mi sándwich especial y Fernando su milanesa de siempre, estabamos en lo mejor, cuando de pronto vemos que el sol desaparece tapado por una de esas nubes negras, pero bien negra, en dos segundos cubrió todo, se vino la noche de golpe y se larga un chaparrón de esos de verano, que mojan como loco, bueno, a nosotros nos mojó como locos, parecemos dos patos recién salidos del agua, no nos dio tiempo a nada, si hasta la milanesa de Fernando quedó nadando en el plato, entramos al baño, nos miramos y nos echamos a reír, ¿ qué otra cosa podíamos hacer? Salimos, pagamos y nos fuimos a la oficina, al llegar, Fernando me pregunta – ¿querés ir al cine está noche?, Dan esa película que querías ver -, quedo en contestarle y nos marchamos a nuestros despachos- Con la refrescada, el dolor de cabeza se me había ido, pero el cuerpo me seguía pidiendo, “quiero dormir, descansar”, me senté y terminé de pasar a la computadora los últimos papeles que me faltaban, con eso termina mi labor, ¡menos mal!.
¡Lindo día! No le falta nada, completito, completito, al marcharme paso por el despacho de Fernando a decirle que no iba a ir al cine que quería descansar, me dijo,
- está bien, quédate tranquilo vamos la semana que viene –
Me marché deseoso de llegar a casa, darme una ducha y meterme a la cama. Bajo a la cochera y ¡bingo! Habían dejado atravesada una camioneta que me impedía salir, Sergio, el del estacionamiento de dice:
- hola, perdone, el señor de la camioneta subió hasta el tercero y enseguida viene, por favor espérelo unos minutos -, - está bien -, le contesté y me senté a esperar en el auto, menos mal que bajó rápido y salí lo más aprisa que pude, haber si todavía me pasa algo más.
La lluvia parecía haber parado.
Mientras salía del garaje me reía solo, por el día que había pasado y pensando en lo que me esperaba afuera. Las calles son un loquero, embotellamientos por donde quieras, estoy por llegar a Callao y Corrientes cuando veo encenderse de golpe las luces de freno de los automóviles de adelante, las ruedas chillan, no tengo por donde disparar, el pavimento mojado por el chaparrón del mediodía lo pone resbaladizo, peligroso, freno lo más que puedo, pero sé que me la voy a dar con el de adelante, cuando escucho mi capot chocar con el baúl de un Mondeo, miro por el espejo retrovisor y veo venir un hermoso peugeot color blanco con sus luces encendidas y escucho como deposita delicadamente su trompa dentro de mi baúl, lo único que hice fue quedarme en el asiento aferrado al volante y no moverme de adentro del auto, ya no podía hacer nada, sólo tenía que esperar. Hasta aquí llegué, me dije y me quedé sentado.
Ya es tarde y doy vueltas y vueltas, no sé que hacer, ya le había dicho a Fernando que no iría al cine, en realidad no tenía ganas de encerrarme entre cuatro paredes a ver una película, pero... Tengo deseos de algo, y no sé en realidad de qué. Tomo el abrigo que está tirado en el sillón (porque refrescó), me lo pongo y salgo sin rumbo, camino por las veredas vacías, entre penumbras, las copas de los árboles hacen que las luces que la iluminan se perdieran entre sus follajes. Al doblar en la esquina me encuentro con don Joaquín, que como todas las noches saca a pasear su perro, - Hola Fernando – me dice y le contesto – ¡hola!, ¿Cómo anda Joaquín? -, - bien, hijo – me responde siguiendo su camino y yo el mío. Al otro lado de la calle una barra de chicos fuman y toman cerveza. Continuo caminando por la misma vereda. El rosal de la casa de Valeria perfuma momentáneamente mis pasos, rosas rojas, color sangre, invadían cargadas de energía y colorido, cada una de las ramas del viejo rosal, sin percibir que sus ya débiles brazos se arquean sobre el espacio por tanto peso. Continuo caminando lentamente, disfruto de cada cosa que veo al pasar, cosas con las cuales me encuentro cada mañana y a las que no les doy importancia, hasta observo el lento caminar cargadas de alimentos que llevaban las hormigas sobre la pared que separaba la casa de Jorgelina con la de...., no sé quién vive allí, tantos años en el mismo barrio y no puedo recordar quién vive en esa casa. Sigo.
  Llego a la plaza, no hay casi nadie, digo casi, porque a lo lejos puedo distinguir a una pareja sentada en unos de los bancos, quedo mirándolos fijamente, un niño carita sucia, descalzo y andrajoso se les acerca a pedirles algo y ellos rápidamente amagan marcharse, como si el pequeño fuera transmisor de alguna enfermedad contagiosa, el ruidoso chillar de las gomas de un auto hacen que por un instante mire hacia atrás, su rápido pasar, sólo deja algunas hojas ya caídas volando por el aire, buscando nuevamente su lugar, giro mi cabeza para observar al niño, él ya no está, pero la pareja sigue sentada charlando tranquilamente, en el mismo lugar. No entiendo nada. La noche es espléndida, el cielo estrellado, la luna llena ilumina más aún el parque, parece mentira la tormenta del medio día, la brisa que corre mece suavemente las hojas de los viejos árboles, el agua de la fuente corre constantemente, un chico pasa en bicicleta, se detiene en el bebedero, toma el agua y se marcha, silbando una vieja canción que me trae recuerdos de mi infancia.
Hace mucho que no disfruto de una noche como ésta, me da placer, cosa que no siento hace tiempo. Deposito mi cuerpo en un banco que hay debajo de un farol y me quedo perdido en el tiempo, mis ojos pesados como plomo se fueron cerrando, en mi mente aún está el pequeño cara sucia y fui en su búsqueda. Un pasillo largo y estrecho de tierra y barro me lleva hasta él, una puerta de alambre, un camino de piedras, una cortina de plástico y chapas agujereadas por donde seguramente el agua, el frío y la luz se filtran violando constantemente los secretos de su interior. Lentamente separo las frías cortinas para así, yo también invadir el inimaginado espacio. Una mesa rota, una vela encendida, seis sillas, una olla sucia sobre una cocina vieja, platos en un balde sin agua, moscas por donde mires, una cama y en el suelo dos colchones y sobre ellos, el pequeño cara sucia duerme, no puedo ver su rostro entre tantas manchas de tierra. Alguien viene por el camino con pasos inestables y balbuceando palabras inentendibles, su cuerpo se tambalea de lado a lado, en una mano, una botella ya vacía y en la otra, una por empezar, pasa las cortinas, se lleva una silla por delante, sus gritos hacen que el carita sucia enrosque su cuerpo, sus ojitos abiertos espían entre las manos que tapan su rostro. Siento como si yo ya hubiera vivido esto, pero continuo observando. Su mirada sigue detenidamente los movimientos del desarmado cuerpo, al pasar junto a él lo mira, estrella una botella contra la pared y la otra la arroja sobre la cama, con movimientos torpes comienza a sacarse el cinturón, para con él azotar sin piedad el desprotegido cuerpo del pequeño. Sale de lo más profundo de mi ser un grito de piedad, pero no sirve de nada, es cómo si no existiera, cómo si yo no estuviera en este lugar. Sigue castigándolo y pidiéndole a gritos que salga a pedir y le dice, - mejor que traigas plata, hijo de puta para poder comprarme más vino, sino sabes lo que te puede pasar -. El carita sucia pasa por mi lado sin verme, llevaba las manos sobre su rostro y una respiración entrecortada entre suspiros y llanto, corre perdiéndose por el largo pasillo . Los ruidos del borracho hacen temblar mis oídos y una bronca enardece mi cuerpo, pero todo es inútil, yo no existo para ellos. Tirado sobre la cama boca a bajo y pegando sorbos de la botella, la bestia descansa su borrachera, esperando, sólo esperando.
Siento ruidos. Desde atrás de una puerta, una mujer aferrada a dos niños aparece, en su rostro alcanzo a descifrar el miedo, no puede casi caminar, los niños abrasados fuertemente a sus piernas, no se lo permiten, lágrimas corren por sus tiernos rostros y observo sobre sus cuerpos las marcas del castigo recibido por la bestia ya dormida ¿Dónde estoy?, ¿Quiénes son en realidad?, Ahora, sus rostros me miran, y de ellos sale una tímida sonrisa. La voz del guardia de la plaza me despierta, lo miro sin entender nada y escucho que me dice,
 -¡señor!, se quedó dormido, por qué no se va a descansar que ya es tarde -, lo único que le digo – si, gracias – y me marcho, pero antes observo si la pareja aún está, y sí, sigue en el mismo lugar, pero esta vez, como si se hubieran dado cuenta de que los estoy mirando, giraran sus cabezas hacia mí sonriéndome. Comienzo el regreso a casa, no puedo recordar nada, mi mente sigue dormida, siento mi cuerpo castigado, cansado, mis pies me duelen como si hubiera caminado kilómetros y kilómetros, no veo la hora de llegar y poder sacarme la ropa que parecía pesarme. Me detengo en una de las esquinas para dar paso a un automóvil, cuando siento el ruido que hace una moneda al caer del bolsillo roto de mi abrigo, la veo rodar sin detenerse hasta caer en un charco de agua, secuela de la tormenta del mediodía, me agacho para tomarla, el rostro del carita sucia me mira, pero ésta vez no tiene tristeza y desaparece con el suave movimiento que hace el agua al introducir mi mano en ella, tomo la moneda, me levanto y sigo. Ahora el cielo está cubierto, ya no están las estrellas ni la luna ilumina la noche, todo está oscuro. Las veredas me parecen interminables, las luces de las puertas de las casas ya están apagadas, el silencio es profundo y mudo. Al fin en casa, me parece haber estado toda una vida caminando, tiro el abrigo sobre el sillón y me dispongo a darme un baño, abro la canilla del agua caliente y la dejo correr, mientras me saco la ropa, el vapor invade el baño, no puedo verme al espejo y quiero saber él por qué del dolor en mi cuerpo, tomo el toallón y lo limpio, giro mi cabeza y alcanzo a distinguir marcas de cinturonazos en mi espalda, miro en el espejo ya casi cubierto nuevamente por el vapor, el rostro del carita sucia me mira, en sus ojos hay tristeza, en sus mejillas manchas de tierra y en sus labios una sonrisa, su carita se va desdibujando lentamente hasta quedar mi rostro reflejándose en él, me quiero mirar, pero en mis pupilas está gravado el rostro del niño, detrás, perdidos entre la niebla del pequeño baño, los rostros de mis hermanos aferrados a las piernas de mi madre me sonríen. Siento mucho frío, no puedo mantener los ojos abiertos, un sudor me recorre por entero y escucho a lo lejos una voz que dice – ¡rápido!, respirador que se nos va, uno, dos, tres, a un lado, corriente, siento cómo mi cuerpo salta en el espacio, - otra vez, uno, dos...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola mi dulce amiga.
Me han encantado tus preciosas violetas, y en tí, he encontrado un lucero, que escribe muy bonito, historias de la vida.
Un abrazo.
Ambar.

Luz_ de_Luna dijo...

Muyu buenos días hermosa!!!!!!!!!!!!!! gracias mi negrita linda por haber pasado por mis letras y dejarme tus bellas palabras pero sobre todo ese cariño que me regalas en cada una de ellas.
Feliz martes, acá llueve muchoOOOOO!!!!!!!!! jajajjaja, besitos de luz